Hay una película estrenada el año pasado llamada “Las horas más oscuras” (muy recomendable). Trata sobre el contexto de Inglaterra en mayo de 1940, nueve meses después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. El foco es sobre la conducción del entonces Primer Ministro del Reino Unido, Winston Churchill, quien es protagonizado por Gary Oldman, labor que le valió el Óscar al Mejor Actor. El político inglés, con fuertes presiones internas y en un marco de extrema tensión, debía decidir si hacer un pacto con Adolf Hitler o declararle el conflicto a pesar de las consecuencias. Según el film, el líder británico tomó su decisión final luego de compartir una charla en un vagón de subterráneo con algunos ciudadanos londinenses y saber qué pensaban al respecto.
Salvando las distancias de lo que está en juego y llevando la comparación al automovilismo local, la mayoría de los responsables de la actividad nacional en pista desconocen el interés del fierrero o no quieren verlo. La crítica apunta a los responsables de las fiscalizadoras y los presidentes de las categorías más importantes. Por ejemplo, Liberty Media, los dueños de la Fórmula 1 desde 2017, sí entendieron qué quiere el público. ¿Será porque es una empresa que tiene su origen en Estados Unidos, país donde el entretenimiento es una industria? Es posible. Pero para saber qué busca la gente crearon el Departamento de Investigación y Analítica, que recoge datos de encuestas hechas en cada carrera mediante la aplicación F1 Grand Prix.
No hace falta la estructura de la Máxima para que las categorías nacionales sepan los gustos de la gente. A diferencia de décadas pasadas hoy las redes sociales le permiten a los fanáticos interactuar de forma directa con los protagonistas. Es común leer en Facebook y en Twitter que la mayoría de los tuercas argentinos reclaman gomas más angostas, que los autos vuelvan a tener sus motores originales (crítica acentuada al Súper TC 2000), que haya paridad sin perder la identidad, generar sobrepasos y que los comisarios deportivos de ambas fiscalizadoras unifiquen criterios o que no sancionen a un piloto por un toque leve.
Otro pedido es que haya menos cargas aerodinámicas. Por ahora el Top Race no analiza esa variante. En tanto que vale recordar que en 2013 la ACTC probó esa alternativa en una carrera en Termas de Río Hondo y debido a las quejas de varios pilotos por las dificultades a la hora de manejar, esa experiencia no se repitió. También es verdad que este año el STC 2000 apostó a ese camino, aunque de momento no se vieron buenas carreras. A su vez arrancaron este 2019 sin penalizaciones, pero desde la próxima fecha volverían con un lastre en la clasificación que luego se sacaría para la carrera o clasificar sin lastre y poner kilos solo en los autos de los seis primeros del campeonato... Esto no le gusta a los fanáticos como las grillas invertidas, o cualquier otra medida que atente contra el que mejor hace las cosas. Es nivelar para abajo. Esto impide que los más destacados batan récords, algo que hoy suena a una utopía.
En cuanto a la falta de espectáculo el Turismo Nacional sigue siendo la excepción. Supo mantener su esencia a pesar del desarrollo que tuvieron en la última década sus autos, en especial los de la Clase 3. Por eso en la crítica hacia los dirigentes a la hora de saber qué quiere el público, hay que excluir a Hugo Paoletti. No por nada hace 29 años es el presidente de la Asociación Propietarios Automóviles Turismo (APAT). El ex corredor de la Clase 2 no perdió el norte en un duro momento de la categoría a principios de los años noventa cuando las dos divisiones menores tenían solo dos marcas (en ese momento estaba la Monomarca Sierra). El empresario azucarero fue reelecto en octubre de 2018, cumple su décimo período en el mando, que finalizará en 2022.
Mientras que la presencia del público en los autódromos es variada. El TC, salvo en Termas de Río Hondo, suele tener una buena convocatoria. También fue pobre el marco que hubo en los últimos 1.000 Kilómetros de Buenos Aires (este año no se corre en el Hermanos Gálvez). Es cierto que para ese evento no se regalaron entradas, pero en la última fecha corrida en Rafaela las generales costaron 800 pesos y según la categoría hubo 45.000 personas. En tanto el Súper TC 2000, el TN y el Top Race tienen fluctuaciones con la presencia de la gente. Hay bastiones donde es una fija la presencia del público y otros no tanto. Pero, lamentablemente, la concurrencia en general bajó ya sea porque la gente perdió el interés o por las dificultades económicas que vive el país.
Por si todo esto fuera poco los costos siguen por las nubes. Es cierto que el automovilismo no es una isla del delicado contexto económico que atraviesa el país. Sin embargo los dirigentes deben hacer algo para reducir los presupuestos. La ACTC plantó medidas este año incrementando los viáticos y dejando de cobrar las carpas. Ayuda, pero hace falta más. Hay que destacar que en la cita en Rafaela hubo 49 autos. No obstante, hoy un coche de punta de TC oscila 1,5 millón de pesos por carrera. En un valor similar estaría una unidad del Súper TC 2000. Por temas económicos los parques del TN y el Top Race se vieron afectados. En la categoría que preside Paoletti, ahora se corren solo dos series en cada una de sus clases. Mientras que en la que está a cargo de Alejandro Urtubey, por ejemplo, en la última fecha corrida en Termas de Río Hondo hubo solo 16 máquinas…
La grieta que vive la política nacional también llegó al automovilismo y la crisis se agudizó por la división en las televisoras. Nuestro deporte sigue perdiendo. Pero, ante este panorama negativo los actuales dirigentes tienen una oportunidad histórica para trascender: que en estas “horas más oscuras” logren ver la luz al final del túnel. Sería muy positiva una reunión entre los responsables de las cuatro categorías más importantes y las fiscalizadoras.
La actividad requiere urgente un baño de humildad de la dirigencia. Sería una actitud de grandeza para aunar esfuerzos. No todo pasa por tener los autos más rápidos o con la mayor potencia. Tampoco por crear categorías que en realidad son promocionales y esa abundancia no suma. Estas son excusas para esconder los intereses propios y egos de quienes deben abrir los ojos y darse cuenta de lo que quiere la gente. No bajar al llano y entender qué pasa con quienes están detrás del alambrado, delante del televisor o al lado de una radio, puede ser un síntoma de una enfermedad terminal.
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