Nuevamente Dios estuvo junto al Turismo Carretera. Es que sino fuese por la gracia divina, el despiste de Mariano Werner en la tercera curva del autódromo de Alta Gracia hubiese terminado en una tragedia.
En un sector al que los TC llegaban a unos 200 km/h, Werner tuvo un problema en los frenos y siguió de largo. Se fue de la capa asfáltica, pasó sobre la tierra arada, pegó en las gomas de contención, las pasó por arriba y quedó a centímetros del público. Increíble.
Decir que las normas de seguridad funcionaron porque el Falcon descontrolado no embistió a la gente es tomar a todos por idiotas. Porque el vehículo, en cualquier caso, jamás debería haber superado los límites del circuito.
Lamentablemente, esto parece algo habitual en el mundo teceísta. Ya pasó el año pasado cuando Lionel Ugalde se despistó en Neuquén y su Ford voló hacia los fanáticos usando como rampa un talud de tierra. Fue otra desgracia con suerte.
Lo más grave del caso es que se sabía que en Alta Gracia esto podía suceder ya que es un circuito angosto y con escasas vías de escape. Pero otra cosa que domina al TC también es el dinero y con la fecha comprada se hicieron ciertas concesiones, como darle el OK en el aspecto seguridad cuando la lógica indicaba lo contrario.
Claro que lo sucedido no solo atañe a la Asociación Corredores Turismo Carretera, sino también al Automóvil Club Argentino. Como entidad que ostenta el poder deportivo en el país debería tomar cartas en el asunto para aunar criterios sobre cómo hacer los circuitos seguros para todas las categorías. Pero parece que es pedir demasiado.
Tomando como referencia las experiencias previas, no pasará nada y todo seguirá hasta que un nuevo accidente como el de Ugalde o Werner encienda otra vez la luz de alarma. Solo esperemos que cuando eso ocurra, Dios esté atento.
El automovilismo nacional de pista está en crisis. Se desconoce el interés del público. La dirigencia puede reivindicar la actividad o empeorar su panorama.
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