Nadie puede discutir el talento de Matías Rossi, sin dudas uno de los mejores pilotos del automovilismo argentino. Aguerrido, temperamental e inteligente para aprovechar al máximo el auto que le toca correr siempre estuvo destinado a ocupar un lugar entre los grandes de este deporte.
El ansiado título que logró en el Turismo Carretera no es más que la ratificación de su potencial, que viene acompañado con una personalidad que también lo diferencia del resto. Aunque no es de hablar por el solo hecho de hacerlo, se hace oír en los momentos necesarios. Como cuando se quejó a viva voz de las desventajas reglamentarias que tenía Chevrolet, la marca que defendió desde su debut en la popular categoría.
Aunque esa reacción le costó la antipatía del por entonces presidente de la Asociación Corredores Turismo Carretera, Oscar Aventin, jamás cambió su postura y siempre redobló la apuesta. Si hasta transformó los rugidos enardecidos del Puma en un simple ronroneo.
Más allá de sus condiciones arriba y debajo del auto, Rossi aprovechó como nunca la diferencia que tuvo la marca Chevrolet este año. Por algo él y Christian Ledesma llegaron a Buenos Aires como los únicos aspirantes al cetro. Claro que al momento de evaluar la performance de ambos, el de Del Viso tuvo un protagonismo sostenido durante toda la temporada. Algo que ratificó con sus cinco triunfos, cifra inédita para un monarca del TC desde que instauró el sistema de Copa de Oro para definir a su campeón.
Por eso Matías Rossi es un campeón como los de antes. De esos que perdurarán en el tiempo. Acelera, pelea, gana y no se achica ante nada ni nadie. Todo un ejemplo digno a imitar.
El automovilismo nacional de pista está en crisis. Se desconoce el interés del público. La dirigencia puede reivindicar la actividad o empeorar su panorama.
Agustín Canapino marca una época. Es múltiple campeón y garantía de espectáculo por su forma de correr.
Copyright ©2016 CORSA - Todos los derechos reservados