Juan María Traverso dijo alguna vez que ese chico de Del Viso llamado Matías Rossi estaba destinado a consagrarse. Y el Flaco no falló con sus pronósticos, porque ese jovencito que ya se había destacado en el karting y que luego se lució en su paso por los monopostos, siguió en un camino ascendente cuando se subió a un auto con techo. Pero el destino también le tenía guardado otro enorme atributo: la vigencia.
Son pocos los pilotos que en el nuevo milenio se han dado el gusto de conquistar tantos cetros como Rossi, quien entre 2002 y 2014 logró siete (tres en TC 2000 y uno en Fórmula Súper Renault, Súper TC 2000, TC y TN). Una cifra que solo igualan otros tres grandes del automovilismo argentino: José María López, consagrado en el exterior (Fórmula Renault 2000 Italiana, Fórmula Renault V6 y WTCC) y también en nuestro país (tres veces en TC 2000 y una en TRV6); Agustín Canapino (cinco veces rey de TRV6 y una de TC y TCP) y Guillermo Ortelli (cinco estrellas de TC, ya que la sexta la consiguió en 1998, y las dos de Top Race).
Esa posibilidad de ser protagonista durante tanto tiempo no solo elevó su estatus frente a los rivales, sino que lo consolidó como una figura ante el público y alguien con voz propia al momento de plantarse frente a los dirigentes, sean de la categoría que sea y sin importarle el precio que tuviera que pagar…
A sus 30 años Matías Rossi quiere seguir ganando carreras y acumulando campeonatos, pero sobre todo quiere mantener la vigencia, algo que solo los grandes y talentosos logran.
El automovilismo nacional de pista está en crisis. Se desconoce el interés del público. La dirigencia puede reivindicar la actividad o empeorar su panorama.
Agustín Canapino marca una época. Es múltiple campeón y garantía de espectáculo por su forma de correr.
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