La industria automotriz nacional ha visto en más de una centuria una infinidad de autos que han sobresalido por diferentes motivos. Sin embargo, uno solo ha recibido el calificativo del “auto argentino”: el Torino.
Aunque su génesis fue un Rambler americano, se lo rediseñó aportándole características afines al sentimiento criollo, como una imagen elegante y moderna para los estándares de mediados la década de 1960 y una potencia que no parecía tener límite con la versión 380W.
Pero para quedar en la historia tuvo como aliada a la pista. Primero con su exitoso paso por el Turismo Carretera y luego con su participación en las legendarias 84 Horas de Nürburgring. En aquella extenuante carrera, realizada en el circuito más peligroso del mundo, el Toro demostró tener mejores prestaciones que autos de marcas de importancia mundial. Y aunque la victoria se escurrió por un tecnicismo, su hazaña hizo que quedara para siempre en el corazón de los argentinos.
Por eso aún hoy se le rinde tributos, algunos de los cuales provienen de jóvenes que ni siquiera habían nacido cuando salió el último modelo en 1982 de la planta de Renault en Santa Isabel, en la provincia de Córdoba. Sin contar aquellos que lo veneran como una auténtica reliquia y que son capaces de gastar fortunas para dejar a nuevo las distintas versiones que se produjeron en un lapso de 16 años. O los que van más allá y sueñan con que haya un Torino del Siglo XXI…
El automovilismo nacional de pista está en crisis. Se desconoce el interés del público. La dirigencia puede reivindicar la actividad o empeorar su panorama.
Agustín Canapino marca una época. Es múltiple campeón y garantía de espectáculo por su forma de correr.
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