El Turismo Carretera está en el ojo de la tormenta. La reciente exclusión de Omar Martínez tras la carrera de Concordia es otra mancha negra para la ACTC. Pero si uno de los pilotos referentes, máximo ídolo de Ford en los últimos 15 años y ostentando su segundo título cometió esta falta, es porque el sistema se lo permitió. Aunque aún se está tiempo para generar un precedente histórico.
Sabida la exclusión del Gurí en la verificación técnica porque los seis cilindros del cigüeñal de superaban en 90 cm3 lo permitido (dieron 3.300 cm3 y lo reglamentado es 3.210 cm3), varios de sus colegas y preparadores destrozaron al entrerriano de forma pública. Si ellos dudaban o tenían sospechas del rendimiento del auto del Gurí, ¿por qué no lo denunciaron el año pasado?
Es cierto que un piloto, muchas veces, no sabe qué se le pone a su auto. Pero eso es un error ya que todos los protagonistas tendrían que involucrarse en los detalles fuera de la pista. Que varios preparadores se sinceren a la hora de buscar una décima más y que se termine esa delgada línea entre lo permitido y prohibido.
Jugar al límite y no ser atrapados es un juego que muchas veces avaló la propia ACTC, que lejos de mostrar una continuidad en el estricto control careció de grises a la hora de tomar decisiones. Así como esta Comisión Directiva es radical a la hora de “invitar” o no a un piloto a correr, debe serlo con sanciones ejemplares y mantenerlas en el tiempo. Como cuando mantuvo un reglamento técnico cerrado en 2014. Lo prometió y lo cumplió.
La mayoría de los pilotos fueron cómplices del sistema porque recién el sábado 16 de abril un grupo reclamó mayor exhaustividad en los controles técnicos, voz levantada por Próspero Bonelli. Antes no había habido un reclamo en conjunto. Siempre fueron casos particulares como el de Matías Rossi, que nunca se guardó nada y dijo lo que pensaba bancando lo que venía gracias a su mochila repleta de gloria.
La ACTC, una de las dos entidades fiscalizadoras de nuestro automovilismo, tendrá que ponerse firme y seguir actuando de oficio en los controles. No esperar un planteo de pilotos ni cámara oculta periodística para, por ejemplo, detectar si en un auto se hace una “tiradita” en el ingreso a Lincoln…
Asimismo, que las revisiones técnicas duren lo que deban y si el clasificador de una carrera se confirma el domingo a la noche, que así sea. De a poco a nadie le gustará retirarse tarde de un autódromo.
Tienen estos dirigentes encabezados por Hugo Mazzacane, su presidente, una oportunidad única de cambiar la historia. No importa que en frente esté el actual campeón y el máximo ídolo de Ford en los últimos 15 años. Que demuestre que el peso de la ley le cabe a cualquier más allá de los pergaminos o que integre la Comisión Directiva. Si la pena es tan dura que lleve a adelantar el retiro del Gurí, que así sea. Que esto deje un sello, una marca, un punto de inflexión.
La controversia es tan grande que hasta superó el ámbito de esta actividad. Una lástima, porque en tiempos donde el público se aleja del automovilismo, que alguien que no sigue las carreras hable del tema solo por el “caso Martínez” le sigue restando potenciales adeptos a la actividad.
La polémica en el TC es tan vieja como sus casi 80 años. Desde hace décadas que correr al filo del reglamento o superar los límites son moneda corriente. Pero en este tiempo muchas cosas cambiaron para avanzar: por ejemplo, las cupecitas fueron reemplazadas por autos más modernos, se dejó de correr en ruta y se bajaron a los acompañantes. Solo falta algo clave para seguir cambiando la historia: que la trampa se erradique para siempre.
El automovilismo nacional de pista está en crisis. Se desconoce el interés del público. La dirigencia puede reivindicar la actividad o empeorar su panorama.
Agustín Canapino marca una época. Es múltiple campeón y garantía de espectáculo por su forma de correr.
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